IGLESIA Y NACION
P. Miguel Cruzado, S.J.
La Iglesia Católica es una comunidad de fieles que profesa la fe en
Jesucristo y que trata de vivir y anunciar el mensaje evangélico del amor y la
justicia como origen y término de toda virtud. Esta comunidad, unida por
vínculos de fe, se ha hecho institución en nuestra sociedad, y como tal puede
influir en la vida del conjunto de la nación. Por ello, más allá de nuestra
comunidad de fieles, los cristianos estamos llamados a cuestionarnos
responsablemente respecto de nuestro aporte a la sociedad como conjunto, por la
manera en que contribuimos –o deberíamos contribuir– al desarrollo y
fortalecimiento de la nación peruana.
¿Qué puede esperar el Perú como nación –el de todas las culturas,
sangres y religiones– de la comunidad católica? Entre otras respuestas
posibles, al Perú de todos la Iglesia ha aportado y puede seguir aportando en
la reflexión y promoción del conocimiento, al complejo discernimiento ético de
cada día y a la urgencia de resolver conflictos y construir comunidad.
Las iglesias en general, y la Católica en particular, sirven a la nación
contribuyendo al intercambio de ideas, la promoción de las artes, el
conocimiento de nuestras diversas culturas. La Escritura pide a los cristianos
estar dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3, 15); es decir, les
pide argumentar, dialogar y pensar razonablemente con otros la fe y la búsqueda
común de sentido. La búsqueda del Dios Encarnado vincula fe y vida: Dios tiene
que estar en nuestras culturas, en nuestros lenguajes, en nuestra historia. Por
ello la Iglesia, convencida de la armonía profunda entre fe, razón y humanidad,
ha buscado siempre aportar a la reflexión y a la formación profesional y humana
de las personas.
Los cristianos, desde una tradición particular que es parte de la
cultura de muchos peruanos, también pueden aportar en el debate y
discernimiento ético de la nación. No solo nosotros, también otras iglesias, así
como diversas tradiciones culturales ancestrales de la patria u otras
instituciones civiles, pueden y deben contribuir al diálogo ético entre
nosotros.
Una nación no puede renunciar al diálogo sobre el bien común y
resignarse al silencio moral en nombre de ningún pragmatismo o progreso
aparente como ha sucedido en ocasiones en nuestra historia. Tampoco debe
permitirse acallar ninguna voz en una construcción que es por definición
colectiva.
Los principios éticos de nuestras tradiciones religiosas en general ya
son parte de la vida social, el problema mayor suele ser el discernimiento
concreto de las situaciones reales que afectan la vida de personas e
instituciones. Jesucristo nos dejó una bella tradición de criterios para
discernir el bien en contexto y situación, y de cómo relacionarse con la ley.
La tradición cristiana, finalmente, puede ofrecer al Perú la secular
sabiduría heredada del mismo Jesús y las primeras comunidades cristianas para
la reconciliación y la resolución de conflictos. La tradición a la que
pertenecemos promueve la irrenunciable dignidad de todos en una comunidad, la
disposición al perdón sin renunciar a la justicia, así como la preocupación por
el pobre para el fortalecimiento del bien común. Estos valores pueden aportar
en la inacabada búsqueda de construir un sentido común nacional, ofreciendo
criterios para la resolución no violenta de nuestros múltiples conflictos.
Lamentablemente, los católicos no siempre somos fieles al tesoro de
nuestra tradición. No siempre promovemos el diálogo reflexivo. No siempre hemos
ayudado a la vida ética de la nación centrándonos en la moral privada y
tendiendo al juicio apresurado. No siempre hemos sido signo de reconciliación
con justicia en el Perú.
No siempre somos fieles a lo mejor de nuestra tradición; sin embargo,
más allá de las fallas de nuestra historia –por las que nos corresponde
dolernos y en ocasiones pedir perdón– sabemos que la tradición viva que
llevamos entre las manos es un regalo precioso para la patria, con testimonios
inmensos de contribución al bien del Perú actuales y muchos más a lo largo de
su historia, que hoy una vez más estamos llamados a renovar con sabiduría,
sentido crítico y fidelidad creativa.
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