lunes, 4 de marzo de 2013

LA VEJEZ Y LA SOLEDAD


LA SOLEDAD DE LA VEJEZ
Hace poco más de dos años filmé al Sr. Armenio. Vivía en un cuarto de pensión frente a la estación del tren de Porto. Vivía solo. Él vivía una vida rutinaria que le permitía pasar el tiempo. Vivía  una vida donde un día sucedía al otro.

El Sr. Armenio esperaba lentamente, que su tiempo terminase. Temía más a la vida que la misma muerte. Temía a la angustia, al aislamiento, el abandono, al desprecio. El Sr. Armenio se sentía perdido. Se sentía perdido todos los días. No podía soportar el recuerdo de días felices, los días en que una mano le acariciaba el pelo, en que su madre lo cogió en sus brazos o cuando su padre le dio un beso. Habían pasado tantos años desde que había muerto. Pero eran fresco su recuerdo en su mente.
El Sr Armenio tenía una vida de recuerdos del pasado, carecía de vida en el presente. El Sr. Armenio no podía vislumbrar  el futuro. Las cuatro paredes, donde cabían una cama, un pequeño armario y un lavabo, amortiguaban para no  escuchar el silencio de los días y  el sonido de la soledad que invadía su cabeza. Le pidió al Señor que se lo llevase, que le quite los dolores físicos de la edad. Sin embargo, lo que más le pedía era que le ayude a salir de la soledad y el aislamiento al que había sido vetado por los amigos que no tenía, por la familia había perdido. Todos los días pedía la muerte.

ANONIMO

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